PANDEMIA. El caso del covid19
Quizás, por
vez primera todo corazón humano sienta un mismo terror, la sombra de un enemigo
invisible con apariencia de castigo divino. El final de la pandemia nos es una
fecha desconocida. Pero es bien seguro que finalizará y es probable que tras
esta ola oscura todo sea completamente diferente. Nuestras sociedades enfrentan
la pandemia con los medios a nuestro alcance, que no son pocos, hace cien años
un virus de estas dimensiones habría provocado un daño infinitamente mayor a
estas alturas. Nuestras sociedades disponen de técnica para estudiarlo, conocer
sus debilidades, sus fuerzas y de esa forma, tarde o temprano desarrollar una
cura. Eso va a ocurrir, aunque quizás llegue a un mundo más desconectado y
pobre.
Ahora bien,
¿conocemos el por qué de esta epidemia?, ¿disponemos de un relato adecuado para
situarnos con confianza ante esta crisis? Si uno mira a su alrededor la primera
impresión es la de “cada loco con su tema”. Cada grupo de poder, cada
ideología, cada comunidad ofrece sus propias versiones, que más que
relacionadas con la verdad están ligadas al propio monólogo ensimismado que
tienen de sí mismas, demostrando aquello de que "si sólo dispones de un
martillo verás todos tus problemas como clavos". De este modo, para los
rivales de China el origen del virus es la propia China en un sentido casi de
conspiración. Y los chinos se defienden de la calumnia insinuando que quizás el
virus proceda de instalaciones extranjeras...
Por su
parte, quienes viven más profundamente apegados a la sociedad como espectáculo
de conspiraciones, ven detrás del virus una confabulación del Nuevo Orden
Mundial, de poderes siniestros, que plantean generar una tiránica sociedad a
través de golpearnos secretamente con un patógeno, que ofrece a los estados la
posibilidad de generar la antesala de una dictadura policial global. Si bien estos
posicionamientos irán in crescendo a medida que el aislamiento vaya
haciendo mella en nuestros espíritus, ponen de relevancia un fenómeno curioso:
ante el desastre siempre tendemos a generar una explicación desde nuestros
propios esquemas, percatándonos rara vez de que nuestros esquemas son limitados
y carecen de potencial para dar una respuesta coherente a hechos de esta
magnitud.
La
oficialidad culpa a los infectos mercados de animales salvajes disponibles para
el consumo humano en China. Parece verosímil, pues hasta donde puedo saber,
este virus tiene un origen zoomorfo. El problema de la teoría oficial, -
que abrazaré por la sencilla razón de que me parece la más verosímil y
coherente con el desarrollo caótico de los acontecimientos -, no es tanto situar
el origen del virus en un momento concreto: el consumo de carne de
murciélago, serpiente o pangolín, sino en presentar la epidemia como un
evento excepcional. Aquí es donde, con toda humildad y reconociendo que lo que
viene ahora es simplemente una reflexión limitada desde mi lugar en el mundo,
me distancio o amplio esta descripción de los hechos.
A todas
luces, el desarrollo de la pandemia está en relación directa con nuestros modos
de vida. China es la fábrica del mundo, eso implica que tiene un tráfico de
personas y mercancías que alcanza todo rincón del globo, por lo tanto, es
lógico que cualquier infección nacida en sus ciudades industriales haga una
vuelta al mundo. La epidemia no se extendió porque un ente maligno la
propagara, simplemente siguió el sendero de la mercancía y llegó a nuestras
casas como llegan los smartphones fabricados en el país de la Gran Muralla. ¿A
dónde quiero llegar? Simple, la pandemia es una consecuencia natural de nuestro
mundo, y tras ésta vendrán otras – si no cambiamos –, no por maldición alguna,
sino por el mero desarrollo natural de las cosas. Las poblaciones hacinadas,
con una higiene cuestionable e interconectadas son un criadero de virus.
Seguramente antes del covid19 nos habrán llegado decenas de ellos, tan
inofensivos que ni nos hemos enterado. Por un azar de las mutaciones, esta vez,
nos ha tocado esto. Y esta, es la conclusión más sencilla y desde mi criterio
más lógica para afrontar el punto en el que estamos.
Hay quienes
– con razón porque las medidas son draconianas – temen la construcción de una
distopía policial. Pero la historia lo desmiente, pues la sociedad que se
levantó tras las larguísimas cuarentenas que vivió Europa durante la Peste
Negra no sólo no era más despótica que las sociedades antecesoras, sino al
contrario. Lo que se produjo la Peste fue la semilla del Renacimiento y las
crónicas hablan de una mejora general de las formas de vida para los
supervivientes. Entonces - creo -, deberíamos evitar los “pensamientos
finales”, aquellos que por inercia nos empujan a creer que lo de hoy es lo de
mañana: la cuarentena y el encierro son métodos probados para corregir
epidemias y se han usado con profusión y éxito en el pasado... pero no son el
objetivo perpetuo de conjura alguna.
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En
conclusión, debemos estar en casa, debemos tener la fuerza suficiente para
estar en casa y respetar la cuarentena. Porque las cuarentenas han demostrado
ser eficaces para frenar pandemias, y porque el ritmo que llevábamos es
realmente el origen del mal que nos asola, y frenar es la única solución
plausible. Cuando finalice la epidemia, habrá que replantear muchas cosas, pero
desde luego entender que la globalización que habitamos no es un camino
próspero.
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