'La Canción del Exiliado' o 'Confesiones de un monstruo'

Publicado a modo de prólogo en ‘MTMRPHSS 6+MAD+4’ de Murdo Ortiz

Avanzando cual plaga, el narcisismo – en sus vertientes individuales o colectivas – ha  llegado a ser la forma ‘normal’ de personalidad y conducta social aceptada. Al mismo tiempo que su culto, vía selfish, disciplina de grupo e imposiciones de lo políticamente correcto, se implanta por la fuerza so pena de ostracismo. Vivimos tiempos de sacerdotes y sacerdotisas. Tiempos aburridos, de púlpitos y reprimendas, donde el ‘arrepiéntete de tus pecados’ sigue vivo bajo la nueva fórmula de ‘deconstruye tus privilegios’, donde la obsesión por la seguridad ha suplantado el vivir la vida en plena intensidad, ¡asumiendo los riesgos!.. Así, acosado por la culpa el individuo languidece, agoniza y se suma mutilado a la masa gris de la mediocridad.
Al igual que si estuviésemos dominados por una enfermedad que nos arruinara el rostro, la tomamos con los espejos a pedradas, e incapaces en nuestro avanzar a tientas de dar con la cura, hacemos de la enfermedad virtud y dejamos caer el mundo en la persecución ufana de la imagen perfecta o la palabra ‘correcta’. Hoy se grita ‘¡viva la enfermedad!’ y la buena salud es signo de sospecha.
Si algo aprendimos de facebook y después de instagram es a desconfiar de lo bello – lo bello prefabricado para agradar al otro entiéndase, ¿habrá algo más servil e indigno? -. Condenados a diluir nuestro tránsito vital en una sucesión de imágenes sin alma, poblamos de sonrisas el espacio radioeléctrico y llamamos ‘tener un buen día’ a amasar una buena cantidad de ‘likes’. Esta cultura decadente de la imagen tiene un precio: la homogeneización del gesto, el pensamiento y la palabra. Ya se han dado casos de idiotas muriendo haciendo balconing al tratar de fotografiar tan ridículo acontecimiento, o de desgraciados que al intentar fotografiarse en un adelantamiento de película han dado con sus sesos dispersos en el alquitrán. Irrelevante. Si nos preocupa es únicamente como síntoma. Lo fundamental es desmontar la idea de que la redes sociales generan ‘intercambio de ideas’, ese mantra, tan peregrino como pensar que la predicación de la Biblia conduce a la libertad de espíritu, es una amenaza para la realización humana en su pulsión de juego. Si algo son las redes sociales es aburridas, una caja tonta al alcance de su bolsillo. El vértigo de opiniones sin reflexión junto a imágenes idealizadas del mundo no son más que andamiaje para el mundo de la mentira. Llamemos a las cosas por sus nombres, llamemos parásitos a quienes como chinches de sofá habitan dicho andamiaje con placer, al calor de una vida parásita.
¿Qué hacer? La respuesta se antoja difícil, en el sentido de ‘qué hacer’ para construir una vida que merezca ser vivida dentro de una sociedad que no de vergüenza – no se me ocurre un asunto de más urgencia entre los problemas de hogaño -. Desde el punto de vista del arte, que es lo mismo que el punto de vista del juego, ante todo es necesaria la reformulación de una nueva cultura estética. Una cultura estética que prefiriera la pulsión creadora a la contemplativa. Imagino que una estética tal fomentaría una especie de seres humanos no sometidos a la idealización de la imagen, vacunados contra las manipulaciones dogmáticas y sabedores de que una imagen es una imagen más allá de la ida, pues quien toma el signo en todo su valor no es otra cosa que carne de fanatismo. En sí sería una cultura iconoclásta, pero no iconofóbica, pues las imágenes hermosas, horrendas, sabias, estúpidas o fascinantes son necesarias. Hay que crear imágenes pero evitando siempre que nos sometan. Incluso si la imagen llega a poseernos en un ejercicio de catarsis, dicha fusión debe ser sólo temporal, y tras cumplir su función nuestros pasos deben separarnos de ella y redirigirnos a otra meta para no caer en la locura.
El individuo de hoy, frágil, desamparado y necesitado de protección estatal es incapaz de entender esto. El ser humano contemporáneo anhela ante todo seguridad, desea contemplar la repetición interminable de sí mismo en contextos felices – aunque la actividad principal quede reducida a la mera contemplación, sin una acción real que motive el estado de los afectos internos -. Para este ser narcisista, vivir es transitar de un espacio seguro a otro, sin exponerse nunca a eventos o contextos que pudieran desestabilizar su ego, pues para él todo lo que no ha ‘contemplado positivamente de antemano’ queda definido como traumático, ahí su imposibilidad de asimilar la ofensa y su condición de quinta columna del estado policial.
Si la base de este individuo es la seguridad, ¿por qué no representar monstruos y enseñar vísceras? Pues sangre, vísceras y deformidad debe haber hasta que esta ruina desaparezca del horizonte o se ahogue en el mar de plásticos que su decrépita forma de vida genera. Hay que acabar con ellos, porque los seres sin responsabilidad, los seres que creen que la naturaleza es una balsa de aceite que ellos pueden transitar sin mácula, son los mismos que en la inconsciencia de su quehacer, como curas imponen el pensamiento único y como termitas corroen los parajes naturales esparciendo, por ejemplo, basura a la orilla del mar durante la Noche de San Juan. Si en su mundo de seguridad y ausencia de responsabilidad el arte es representar la belleza radioactiva de la publicidad, paguémosles con monstruos y como monstruos sonriámosles hasta su total aniquilación.

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